lunes, 28 de febrero de 2011

Campaña insular

Pablo Orleans | Centuria con los flancos tocados, sin su particular cerebro en el campo de batalla, con las defensas bajas pero con la misma sed de sangre, con la misma ambición de conquista, con ganas de venganza y con un ataque destructivo que desmembra rivales y elimina peligros. Comandados por un estratega experto y curtido en mil duelos a muerte en el fragor de la batalla, el General Guardiola estudia a cada contrincante sabiendo a la perfección los puntos débiles del otro y las virtudes de los suyos.


Las dudas se agolpaban en la Ciudad Condal mientras el Comandante elegante -de traje y barba de tres días- preparaba la contienda. El viaje por el tranquilo mar mediterráneo auguraba una placentera campaña insular con el apoyo de Poseidón en los mares. Así fue. La pequeña y hábil perla de tierras lejanas, donde el frío de las montañas, el calor de las playas y la humedad de las selvas se funden en un paraje salvaje de poderosos guerreros, comenzaba la ofensiva con un golpe de cabeza que abría una profunda herida en la retaguardia rival. Los del filósofo golpeaban primero y acabarían doblegando a los del Teniente Laudrup, proveniente de frías tierras del norte donde dejó tras de sí un reguero de triunfos y habilidades que todavía hoy se recuerdan.

El segundo golpe lo dio un integrante de una tribu de Astures. Fiel defensor del escudo y completo en el cuerpo a cuerpo, lo demostró después con un resultado óptimo que dejó tocado al más defensivo de sus rivales, dejando la conquista sentenciada.


Pero los guerreros de vestimenta azul y granate, inagotables, incombustibles y fieles a su formación en la contienda, dieron el golpe de gracia poco después con la intervención del tercero en discordia. Bautizado como Pedro, este luchador encontrado en la tierra de los guanches terminó, con un rápido movimiento, con la vida de los talayóticos que comenzaron con mucha garra pero se fueron consumiendo con el paso de la batalla.

Y así se volvió de la campaña insular. Los favorables vientos de los dioses ayudaron a una contundente victoria sin los pesos pesados de la centuria, sin la seguridad defensiva habitual, sin la velocidad en los flancos, sin la pausa y el tempo en la contienda pero con la misma incisiva ofensiva que mantiene la deferencia en la conquista por el Mulhacén (el techo de Hispania) entre las ciudades de Barcino y Magerit. De momento, los tarraconensis llevan siete kilómetros de distancia en la lucha por llegar a la cima.
    
Imágenes | AS
          

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