miércoles, 14 de diciembre de 2011

Ganar o ganar, no queda otra

Pablo Orleans | Hay que ganar. Ésa es la premisa básica en la que deben pensar los jugadores y el cuerpo técnico del FC Barcelona. No hay excusas. El momento, dulce para los azulgrana, no deja otra alternativa, y pensar en lo contrario o divagar en pormenores sería un grave error. Hay que afrontar este partido como un mero trámite para llegar a la final del Mundialito, jugando con seriedad pero con la calma y tranquilidad que permite el gran abismo técnico que separa a qataríes y españoles. El Al-Sadd, campeón asiático, está disputando el torneo pensado para que lo disputen europeos y sudamericanos, un dato importante para saber a qué se enfrentan mañana los de Guardiola. Los de Jorge Fossati saldrán, como es lógico, hipermotivados, pero ni los "ex europeos" ni los muchos internacionales con Qatar que hay en sus filas deberían suponer un incordio para lograr el pase a la final. 

Guardiola en una rueda de prensa en Japón. Foto | As
De hecho, no llegar a la final de este torneo que pretende -sin éxito- coronar al mejor equipo del mundo, sería una auténtica catástrofe que se vería rebajada en caso de hacerlo en la final frente al Santos de Neymar. Pero ésa es, ahora, otra historia. Lo importante es ganar con contundencia y buen juego ante el conjunto qatarí y empezar a meter el miedo en el cuerpo a los habilidosos brasileños encabezados por crestaman.

Para ello, será imprescindible mantener la serenidad, la calma que apareció en el Bernabéu tras el rápido gol de Benzemá, y saber que el balón entrará, no una o dos veces, sino alguna más. Por lo menos, así debería ser. De ser yo el encargado de hacer la alineación, apostaría por Thiago, Cuenca o Afellay en el once titular. Me temo que la precaución de Pep supondrá ver al mejor equipo posible sobre la alfombra japonesa. He de decir que, conociendo a Guardiola y sus imprevisibles, inesperados y originales cambios en su once titular, cualquier cosa puede pasar, pero con estos jugadores al inicio, el Barça puede asegurar el compromiso y la calidad de los Xavi, Villa o Alexis y puede hacerlos rodar en partidos de relativa importancia sin correr demasiados riesgos. 

Mañana, a las once y media de la mañana, mientras algunos todavía estén desayunando, CUATRO emitirá en directo el partido en el que el Barça, salvo sorpresa mayúscula e improbable, logrará el pase a la final del Mundial de clubes y se enfrentará, el próximo domingo a la misma hora, ante el Santos brasileño. Jugar, ganar y llegar a la final. No debería haber otra opción.
     

lunes, 12 de diciembre de 2011

Melodía bélica en el Clásico

Pablo Orleans | El ritmo del Barça sonó con acordes dorados por la capital de España. La orquesta dirigida por un coherente y atrevido Pep Guardiola impuso su perfección en uno de los escenarios más exigentes del mundo. Ni el rápido traspiés sufrido con una nota malsonante de un Valdés demasiado confiado en conocer a la perfección la partitura, ensayada durante años y con notas minuciosamente seleccionadas, impidió que el respetable ovacionará la actuación de los maestros y salieran victoriosos de tan complicado compromiso. De la mano del genio argentino, Leo Messi, la sinfonía paciente del grupo en general cosechó frutos conforme pasaban los actos. Iniesta, hábil como siempre en su faceta, y Xavi, manejando la batuta con habilidad y esmero, hicieron de "flautistas de Hamelin", robando resistencia a los blancos oponentes y animando a los suyos a seguir el único camino posible: la música perfecta.


Fue entonces cuando la batalla dio un vuelco enorme. Los vengativos guerreros capitalinos, buscando con ansia el momento de devolver los golpes pasados, dejaron a un lado la concentración y se centraron en apuntillar al bando rival con precipitación y necesidad. Se ahogaron en sus propias exigencias y su líder, un Ronaldo que llegaba con una buena racha de bajas en anteriores batallas, erró inexplicablemente en los momentos en los que los jefes nunca deben fallar. Siguiendo el guión de guerras anteriores, el portugués se cerró en sí mismo y la presión apagó su gran momento de forma hasta el momento. Así, el batallón culé avanzó sin descanso pero con cautela por terreno hostil penetrando por tres veces en el campo base rival. El primer susto quedó en anécdota y los de Guardiola se alzaron con la victoria. Una batalla ganada no da la guerra, pero anima a las tropas a seguir luchando por conseguir su objetivo. La Liga todavía no está (ni mucho menos) sentenciada.

ImagenAs.com 

sábado, 10 de diciembre de 2011

Que sea un gran espectáculo (y que gane el Barça)

Pablo Orleans | Vuelve la emoción al fútbol español. Y con ella, La Crónica Blaugrana retoma su actividad tras varios meses de indecisión, ocupación y descanso. Esta noche hay más que tres puntos en juego. Cuando un Madrid-Barça asoma por el horizonte, hasta los más escépticos futboleros se plantan delante de los televisores, toman posición y disfrutan de una hora y media de tensión, pasión y sentimientos encontrados. Amigos, familiares y desconocidos varios se unen en torno a una barra de bar o una mesa de salón repleta de aperitivos y cervezas para disfrutar, no sólo de 90 minutos de fútbol, sino también de 90 minutos de discusión, risas, nerviosismo, júbilo, desesperación, esperanza, evasión y compañía.


La hora se acerca y los hinchas de ambos conjuntos comienzan a sentir esa inconfundible sensación de inquietud, de impaciencia contenida y de confianza temerosa. Todos quieren ganar, ninguno se atreve a asegurarlo. Puede pasar de todo. El miedo a contemplar un soporífero encuentro de manos de los dos mejores equipos del planeta se ha quedado en el olvido. Probablemente, los veintitantos jugadores que salten a la alfombra verde del Bernabéu esta noche, harán todo lo posible para que el enésimo partido del siglo sea trepidante, emocionante y único. Que se vea espectáculo, buen fútbol y rivalidad sana. Que dejen las patadas y el teatro a un lado y se dediquen a deleitar al respetable (de las gradas y de las pantallas) con un partido de fútbol digno de la liga española y, sobre todo, de estos dos equipos. 

El Barça tiene la presión. Por más que digan, perder esta noche sería un duro golpe (salvable) que obligaría a los de Pep a ir a remolque el resto de temporada. Seis puntos (no nueve, como afirman algunos) serían un mullido colchón para los de Mourinho. Seis puntos que, de convertirse en triunfo el partido que todavía no han jugado los blancos, serían tres las victorias de ventaja que les llevarían a los culés. Tres victorias que, ciertamente serían muy complicadas de remontar. Pero para ello, el Madrid deberá ganar a domicilio la próxima jornada a un Sevilla necesitado de puntos para entrar en zona Champions. 

Aún con todo, el "caballero del honor" también soporta presión. La necesidad de ganarle al Barça llega más allá de la necesidad de irse seis puntos arriba. Arrebatar la hegemonía culé de los últimos años empieza por ganarle directamente, devolviéndole la confianza a sus aficionados y jugadores. Es cierto que el Real ha mejorado respecto al año pasado. Su defensa, más férrea y su ataque, enchufado, buscarán esta noche devolver los golpes pasados y creer en sí mismos para borrar el hambre de títulos que no supo saciar la Copa del Rey. 

Todo está preparado. Todo está listo. Ahora sólo nos queda esperar, sentarnos con los nuestros (sean de los colores que sean), agarrar una cervecita, tomar un aperitivo y disfrutar o sufrir delante de los televisores. 
Que sea un gran partido de fútbol.

   

miércoles, 4 de mayo de 2011

Wembley: El pase a una justa victoria



Pablo Orleans | Con el ambiente enrarecido, pesado ante la tensión y el diluvio caído sobre Barcelona, ante tantos momentos de rivalidad, de discusiones banales infundadas en excusas pasadas, en heridas abiertas que todavía no han cerrado, Barça y Madrid volvían a verse las caras por quinta vez en la temporada. Con mala cara y peores pulgas, los amigos de 'La Roja' ni se miraban en el obligado cruce de la UEFA prepartido y que más de uno habría evitado. Las mentes concentradas, distaban mucho del mensaje victimista que, una semana atrás, el neodios madridista José Mourinho, había realizado en rueda de prensa cargando contra el colegiado una derrota para salir airoso de un mal planteamiento. Guardiola, conocedor y víctima del pundonor merengue, preparó a los suyos para una vuelta en la que nada estaba hecho y había mucho que perder.

El pitido inicial demostró el remiendo del visitante intentando olvidar el error de anfitrión. El Madrid presionaba y buscaba el balón mientras el Barça, experto en la posesión y el desquicio repetitivo, manejaba la batuta del partido con rapidez y espacios. La combinación perfecta no surgió y los espacios se creaban al tiempo que se cerraban, con la misma velocidad con la que el Barça hacía circular el esférico y el Madrid cerraba filas y presionaba la salida del balón. Un equipo blanco que condujo el tuteo con el Barça de un modo óptimo y claro, prometiendo próximas entregas de igualdad futbolística aunque no numérica. Los blancos, otra vez agresivos en los choques, apuraban el reglamento hasta el límite, fuertes en las entradas, severos en los cruces. Mientras varios de sus jugadores como Lass, Carvalho o Adebayor debieron haber abandonado el terreno de juego con anterioridad, la cúpula del Madrid y sus voces más representativas daban a entender un robo en el Camp Nou y en la eliminatoria. 

En este aspecto, he de decir que no estoy de acuerdo señor Mourinho. No estoy de acuerdo señor Casillas. No, señor Ronaldo. El Madrid ha podido verse perjudicado ante el Barça como los culés ante el Madrid. Mientras que a los blancos les expulsaron a un jugador como Pepe en una entrada excesiva, fuera de lugar y digna de un jugador de sus características (todos sabemos cómo actúa sobre el terreno de juego), mientras se quejaban del teatro culé o del mal-llamado 'gol anulado' a Higuaín en el Camp Nou, mientras se quejan de eso, el Barça, saboreando el dulzor de la final de la Champions, nada dice sobre el penalti de Marcelo a Pedro en la ida, de las varias expulsiones que debió haber recibido el Madrid en la eliminatoria o de la poca profesionalidad de sus jugadores tras caer eliminados en las semifinales de la Champions. No hay nada peor que no saber perder, que ser un mal perdedor.


Y así, entre quejas y lamentos, lágrimas dispares y excusas injustificadas, el fútbol galardonó al mejor, Andrés Iniesta, como el autor de otro detalle, de un lapso en el tiempo, de un hueco libre. La perfección del movimiento, el control de la velocidad y la precisión en el conjunto dejó solo a Pedro para que batiese a Casillas y dejase la eliminatoria más sentenciada, al Madrid más tocado. Aún así, los merengues reaccionaron pero el Barça pausó el esférico, mandó en el balón y consumió, poco a poco, un partido consumido desde hacía 90 minutos. La realidad superaba la ficción. La verdad mandaba sobre la falsa acusación. El Barça, con fútbol, sellaba el pase a la final de la Champions con un pase justo. Wembley espera. Veinte años después, no le defraudemos.

Imagen | El País
      

jueves, 28 de abril de 2011

Messi responde y el Barça gana


Pablo Orleans | El partido de ida de las semifinales de la Champions League entre el Real Madrid y el FC Barcelona prometía pasión, enfrentamiento, lucha, entrega, goles y fútbol. La antesala de la Copa había cambiado las tornas del favoritismo y era ahora el Madrid el que, a base de presión, confianza, goleadas y un título que no conseguía hace casi veinte años, llegaba al choque de las semifinales, al penúltimo cruce de la máxima competición europea, como el favorito a pasar a la gran final de Wembley. Por plantilla (más larga), por ausencias (menos notables), por planteamiento (menos arriesgado), por moral (más alta), por los medios (más confiados) y por afición (la de casa) el Real Madrid partía, en este primer asalto, como el equipo ganador y confiado con la vitola de campeón de Copa del Rey y goleador a domicilio del líder de los mortales en su casa, Mestalla.

La previa acongojaba al más optimista de los culés. La presión mediática hacía desconfiar a la afición azulgrana que, confiado en la inteligencia de Guardiola y en el talento de los jugadores, de este bloque incomparable, guardaba una de las escasas probabilidades de victoria en la esperanza a la que pocas opciones daban desde la central lechera madrileña. El cruce dialéctico entre entrenadores, ese pique previo en las salas de prensa, avivaba la rivalidad y el miedo entre hinchadas. Más respeto; más cautela. Y así, entre estudios cercanos, opiniones contrarias, discusiones recientes y una semifinal de la Champions de por medio, el balón comenzaba a rodar en lo que tenía que ser, por obligación, un espectáculo futbolístico sin parangón.

Mientras el Barça intentaba combinar en la medular con criterio y rapidez, el Madrid comenzaba los primeros minutos de partido con una leve presión que, lejos de recordar a la incansable persecución de la final de Su Magestad una semana antes, se agazapaba tras la divisoria sin incomodar en ningún momento la libre circulación culé en sus dominios. Un planteamiento conservador, el sacado por Mourinho, que no funcionó como esperaba y que actuaba con dureza en demasiadas ocasiones para cortar el juego medio del Barça cargando de tarjetas a un equipo amenazado por las sanciones y víctima del poder del Barça en los despachos de Europa y medio mundo.

Y así, supeditado a los millones del FC Barcelona, el bueno de Stark obedeció a órdenes superiores para expulsar sin motivo alguno a un Pepe inofensivo en su primera acción defensiva del encuentro, allá por el 62 de juego. Una zancadilla sin intención ni peligro alguno que muestra la inapelable intención de la UEFA por poner en el trono europeo a un Barça poderoso y que nunca ha ganado por méritos propios. Y así, con uno menos (ya podrán, con ayudas), el conjunto de Pep dominó más -si cabe- el juego sobre el Bernabéu y aprovechó la salvajada del defensa portugués sobre Alves para crear superioridad en todas la líneas, llegar con mayor claridad y acertar en dos ocasiones gracias a un Messi certero y una defensa blandita impune en algún otro puesto. Si no, pregúntenle a Marcelo.

Messi apareció y la filosofía del toque pudo con la espera y contragolpe. El dominio dejó claro -otra vez- que ser el dueño y señor del esférico los noventa minutos y mantener la posesión en porcentajes elevadísimos tiene sus frutos. Guardiola reaccionó ante la impotencia de la Copa y Mourinho mantuvo su ideal liguero alejándose del triunfo copero. Y así, Messi, el más listo de la clase, supo aprovechar sus oportunidades para dejar a su equipo, a este Barça sin complejos, un poco más cerca de Wembley, como hace diecinueve años.

Imágenes | Marca | As