Pablo Orleans | Minuto 65 de encuentro. Tras casi veinte minutos realizando ejercicios de estiramiento y calentamiento en la banda izquierda defensiva del Barça en la segunda mitad, Bojan Krkic Pérez, un joven de 6800 días aproximados de vida, más o menos los que hacen 18 años, 8 meses y un día en cifras entendibles, 170 centímetros de altura y 65 kilógramos de peso escuchaba las órdenes que, a pocos metros de la línea de cal frente a los banquillos, le daba su técnico Josep Guardiola instantes antes de saltar al terreno de juego del Camp Nou. Su respiración se entrecortaba por momentos, pues el griterío de las gradas del coliseo culé hacían que apenas se pudiese oír las intrucciones de Guardiola, instrucciones que, cabe decirlo, se sabía de memoria el noi de Liñola. Su atención estaba en aquella portería defendida por un brasileño de nombre latino: Julio César. Minutos después de haber 'atendido' al maestro en la banda, el cuarto árbitro levantaba el cartel electrónico que anunciaba su número 11 en verde junto con el 9 de Ibra en rojo. Mientras se acercaba el gran sueco hacia él, Bojan lo observaba mientras aplaudía la actuación de Zlatan y escuchaba de fondo los aplausos de una afición que había estado increíble durante todo el día. Se abrazó con el sueco y, tras tocar el verde césped del Camp Nou con los dedos, saltó corriendo hacia el área neroazzurra para intentar conseguir el gol que abriera la lata. Al principio se sintió incómodo y los defensas italianos los sentía muy cerca, tanto que hasta podía oír su respiración forzada en la nuca. Pronto empezó a tocar balones y, aunque lo hizo lejos del marco contrario, fue tomando contacto con un esférico que podría ser, porqué no, su mejor aliado.
De este modo, a los pocos minutos, tras una perfecta asistencia de Messi desde el borde del área, Bojan tuvo en su cabeza el tanto que le habría dado al club culé la confianza para conseguir la épica ante los de Mourinho. Vio cómo el argentino cogía el balón, vio cómo se la preparaba para centrar a la zona en la que estaba y vio, en décimas de segundo, el balón rotar sobre sí mismo en el aire, con un vuelo increíble y un efecto estratosférico. El balón se acercaba a él traspasando contrincantes y dejándole la portería franca de defensa. Lo vio claro. Pensó en rematar fuerte y abajo en un primer momento, pero decidió girar levemente la cabeza y colocarla cerca del poste, lejos del alcance del gran portero brasileño. Pero la giró demasiado. El balón rozó el palo y se fue por centímetros fuera del terreno de juego.
Bojan se lamentaba en la red que debería haber albergado el esférico estrellado de la Champions y que en su lugar lo recibió a él lleno de lamentaciones. Pero sabía que habría una segunda oportunidad. Y la hubo.
Tras el perfecto (y legal) gol de Piqué como si se tratase de un delantero centro nato, Bojan sabía que podía ser su momento. Sabía que él era el delantero en el campo con mayor olfato goleador y que podía ser clave para el devenir de la eliminatoria. Así pudo ser...y no fue.
Con el tiempo reglamentario ya cumplido, el Barça se volcó por completo en el área interista y, de todas las maneras y de todos los colores, se intentó traspasar la linea de gol. Y fue en una jugada aislada, en la que Piqué metió un balón al borde del área que, al intentar despejar Samuel, toca en el cuerpo de Touré Yaya. Pero toca en su estómago, rozando inevitablemente e involuntariamente la mano de un costamarfileño que nada puede hacer por quitar la mano de esa posición pegada a su cuerpo y que en nada facilita la jugada posterior. Fue tras ese rebote cuando en cuestión de segundos Touré toca el balón hacia el punto de penalty y el curso de la historia culé y del fútbol dio un cambio brusco en muy poco tiempo.
Bojan estaba en el borde del área, rozando el fuera de juego pero sin llegar a traspasar la delgada línea invisible que marca la ilegalidad posicional cuando Piqué, sin demasiada presión, se adentraba en la línea de tres cuartos de la defensa neroazzurra. Bojan observaba atentamente mientras el defensa central buscaba un hueco por el que meter el balón cuando pasó el esférico a Yaya, en el borde del área grande. Pero se adelantó Samuel al pase, intentando uno de los peores despejes del partido -todos habían sido pulcros y sin obstáculos hasta la zona de Valdés- que pegó en el cuerpo de Touré. Tras el balonazo recibido, el africano envió el balón al punto de penalty donde apareció el ágil Bojan para recogerlo. Fue en ese momento cuando Bojan lo vió todo claro. Estaba frente a Julio César, sin marca a la vista y con una posición favorable frente al portero. Un toque, levantar la vista y el segundo toque adentro por el palo corto del portero. Era el segundo gol del partido, el que lanzaba al Barça a la final del Bernabéu, el que convertia a Bojan en el nuevo ídolo del mundo culé, el que acababa con las dificultades del partido, el que batía al preportente Mourinho, el que rememoraba el Iniestazo...
Momentos dulces saboreaba Bojan justo antes de que el señor Frank de Bleeckere, varios segundos después de lo que él consideró ilegal (la mano de Touré), pitase falta a favor del Inter anulando el gol LEGALÍSIMO de Bojan y de un equipo que jugó a fútbol ante un equipo que de fútbol jugó poco.
Un gol que de haber entrado habría marcado la historia del fútbol. Un gol que habría supuesto el conseguir las dos primeras Copas de Europa seguidas (en formato Champions) por un equipo y un gol que, sobre todo, habría hecho justicia en una eliminatoria en el que el único que buscó ir a la final del Bernabéu fue el conjunto culé, a pesar del gran planteamiento ultraconservador de Mourinho.
El fútbol hará justicia, seguro. Con Bojan y con el Fútbol Club Barcelona.
Imagen | El Mundo Deportivo
2 comentarios:
Yo todavía no me entero porque le anularon el gol. Bojan triunfará aquí.
Saludos.
Pablo, se nota todo tu sentimiento en las líneas que volcaste en el blog.
Yo creo que también fue una cuestión de minutos. El sólido muro de Inter estaba mas que resquebrajado en el minuto 90.
Un abarzo.
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